Sin dinero no hay libertad

Sin dinero no hay libertad

La eliminación del dinero en metálico supondría un perjuicio para los grupos sociales más necesitados de protección y una grave limitación a la libertad de los ciudadanos

Aunque el título, de entrada, supone una frase que unos compartirán y otros rebatirán por muchos motivos, en este caso a lo que nos estamos refiriendo es al dinero en “metálico” o efectivo, al que nació cuando empezaron a acuñarse monedas en Lidia (actual Turquía) con metales preciosos allá por el siglo VII-VI a.C., y que hoy, llegando al extremo opuesto del péndulo de la historia, la Comisión de Hacienda del Congreso de los Diputados ha llegado a discutir una proposición no de Ley sobre la conveniencia de eliminar su uso. La proposición finalmente no ha prosperado en los términos inicialmente instados, que llevaban a la eliminación total del dinero en efectivo. 

Al margen de elementos que entiendo más que discutibles en cuanto a su efectividad como elemento de lucha contra la economía sumergida e incremento recaudatorio, o de tratarse de una actuación que vulneraría el Tratado de la Unión Europea y la regulación que se realiza desde la UE del dinero de curso legal, mi comentario pretende ir encaminado, más bien, al ataque frontal que, desde mi perspectiva, supone contra la libertad, especialmente de colectivos más vulnerables como personas mayores y jóvenes.

Hoy en día, tres cuartas partes del consumo que se realiza en el ámbito de la Unión Europea se lleva a cabo en efectivo, y la eliminación de esta posibilidad generaría grupos de “excluidos”, como por ejemplo pensionistas, con un nivel de bancarización inferior; jóvenes, con especiales problemas por influencia del mercado laboral para conseguir que se les conceda crédito; las rentas bajas por motivos similares; o los habitantes de zonas rurales, donde la cultura del pago en metálico sigue mucho más arraigada.

No cabe duda de que la pandemia que sufrimos está generando cambios, y que posiblemente en este ámbito lleve a un uso mayor del pago telemático, con tarjeta u otras alternativas, pero ello no debe impedir que apreciemos los riesgos inherentes a esta situación.

El primero y especialmente relevante es dejar en manos de empresas privadas (que se deben más al accionista que al cliente) el control de la totalidad de nuestro dinero, y la posibilidad de aplicación por su parte de costes incluso por el simple mantenimiento de un saldo activo, o por mantener depositado nuestro ahorro, aunque este no genere beneficios por medio de intereses a nuestro favor. Sin dinero en metálico, ¿Qué alternativa me queda para no asumir esos costes? Si no puedo amenazar con llevarme mi dinero “debajo del colchón”, ¿cómo negocio que no me apliquen costes?

El segundo riesgo, y no por ello menos importante, es el relacionado con cuestiones técnicas y tecnológicas. ¿Qué ocurriría si en el momento en el que vamos a llevar a cabo un pago se va la luz? ¿Y si se lleva a cabo un “ciberataque” que afecta a nuestra cuenta? Llevado al extremo, incluso en una situación de “apocalipsis económico”, el dinero en metálico permitiría que la economía pudiera continuar de algún modo al seguirse haciendo operaciones en metálico.

Podemos visualizar que esto que comentamos no es una situación tan extraña tomando como referencia una noticia que se ha reproducido en estos días con cierta frecuencia en los medios de comunicación y RRSS: Una anciana tiene que ir al médico. Acude a su parada de bus pero su abono se ha agotado. Previsora, prepara el pago con las monedas justas porque sabe que al conductor no le gusta “andar con cambio”. Cuando intenta pagar no le aceptan esas monedas y la anciana se queda en la parada y sin acceso al servicio público. Más allá de la causa en este caso concreto, es un ejemplo muy gráfico de los efectos de una hipotética desaparición del dinero en efectivo.

Finalmente, máxime cuando se trata de un elemento que crece exponencialmente en nuestros días, nos encontramos con el uso de la información. ¿Por qué tiene que saber en todo momento nuestro banco que compramos y dónde? ¿Cuáles son nuestras costumbres de consumo? ¿Cómo impediríamos estar constantemente “monitorizados” en nuestro día a día? ¿Qué control tendríamos de la información que se genera con nuestra actividad económica? ¿Qué uso podría llevar a cabo una entidad privada como un banco de dicha información?

Son muchas las dudas que se generan y pocas las verdaderas ventajas que podrían llegar a conseguirse, motivo por el cual no estoy de acuerdo con una eliminación total del dinero en efectivo, que veo como baluarte de la libertad y de la capacidad individual de administración, y no puedo por menos que mostrar mi satisfacción por que finalmente se haya recapacitado y la idea plasmada en la proposición no de Ley inicial haya sido rechazada. ¿Volverá a intentarse? Seguro. ¿Cuándo? No lo sé, aunque la tecnología seguro que tendrá mucho que ver.

Por: Antonio Acosta García 

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