Préstamos

El raspador de monedas. Los préstamos

El raspador de monedas. Los préstamos

En la Edad Media todo era más sencillo. Prestar dinero era pecado. Así de claro. No importa que el interés pactada fuera grande o pequeño, inexistente o rayando la usura. Prestamista y prestatario iban directamente al infierno. Cuántos pleitos ahorrados ¿verdad? Pero ¡ay! llegaron las Cruzadas, los grandes viajes a oriente, y, finalmente, los años del descubrimiento del Nuevo Mundo y los Reyes precisaban dineros para sus proyectos de poder, y claro, como cristianos y musulmanes tenían ese absurdo concepto, afortunadamente ya obsoleto (Santo Tomás de Aquino justificaba la existencia de los préstamos con un interés de justicia) , sólo quedaban los judíos para ejercer el arte del préstamo, seguramente con consecuencias sociales nefastas para ellos, que se fueron alimentando a lo largo de los siglos.

El caso es que, con frecuencia, el que prestaba las monedas las pesaba, no sin antes haberlas limado un poco, para aprovechar las ralladuras, no siendo extraño tampoco que, al recibir las mismas monedas, más otras en concepto de intereses, exigiera más monedas ya que al pesarlas, acusaba al prestatario de haberlas limado él, o que la hubieran limado otro. En síntesis, que pesaban poco, y tenías que compensar. Una costumbre ésta que Sir Isaac Newton, miembro de la Casa de la Moneda de su nación, cortó de raíz al sugerir que las monedas llevaran ranuras en sus bordes, precisamente para detectar estas prácticas.

Curiosamente, como decíamos, el prestatario pagaba intereses por todas las monedas pactadas, aunque, previamente, el primitivo banquero le hubiera dado antes una buena mordida con la lima.

Hoy, como decimos, las monedas llevan ranura, pero… ¿han cambiado tanto los tiempos? Si fueron ustedes a pedir un préstamo hipotecario por importe de, no de 100 monedas, sino de 100.000 euros, resulta que están pagando intereses por esos 100.000 euros en su totalidad. Ahora bien, ¿en su cuenta corriente aparecieron los 100.000 euros? Pues no, probablemente, muy probablemente aparecieron sólo 99.000 ya que del capital a ingresar la entidad ya descontó la comisión de apertura. El raspador actual.  La comisión que usted seguramente ya ha pagado, pues se incluye en una cláusula en la mayoría de los contratos, pero que, afortunadamente, Juzgados y Audiencias están declarando nula, precisamente por evidente desequilibrio entre las partes y por no corresponder a un servicio efectivamente prestado.

Así, haciendo justos los intereses y reparando los asuntos en la Tierra, además, evitamos que algún banquero vaya directamente al infierno, no sea que Santo Tomás de Aquino se equivocara, ¿verdad?

Por: Rafael López Montes

 

 

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